abril 23, 2024 10:42 pm

El NUEVO PUEBLITO MIGRANTE DE TIJUANA

Por Atahualpa Garibay Reyes

Tijuana.- La centenaria Tijuana, fundada por indígenas cucapá, paipai, y kiliwa que poblaron Baja California y décadas después por migrantes de todo el país, desde Sinaloa, Michoacán, Veracruz y prácticamente cualquier estado, ya tiene una “Pequeña Haití” con toda la cultura caribeña y en los últimos meses “El Nuevo Pueblito de Tijuana” conformado por centroamericanos que huyen de la pobreza y violencia del llamado “Triangulo del Norte”. Es la migración de estos tiempos.

Daniel “N” tiene apenas once años de edad. Ya recorrió varios miles de kilómetros y estuvo cerca de llegar a los Estados Unidos. “Dany”, como le llaman, ya se dio por vencido.

Llegó solo a la Caravana. Huyó de su poblado natal harto de la pobreza extrema. Alguien le contó de la “Caravana Migrante” y se sumó al contingente.

Acompañado por oficiales del Grupo Beta, pidió a los encargados del Módulo de Atención de la Organización Internacional para la Migración (OIM) que lo pongan en la lista de traslados voluntarios. Ya está cansado, desnutrido y enfermo. Quiere volver a Honduras.

Daniel, al igual que cerca de 6,000 migrantes centroamericanos, vivió unas semanas en el deportivo “Benito Juárez”, que fue habilitado como refugio provisional por el Ayuntamiento de Tijuana. Después fueron trasladados al centro de espectáculos populares conocido como “El Barretal”, donde también se prevé que sean desalojados el próximo 22 o 23 de enero.

Actualmente en El Barretal sólo viven menos de 1,000 centroamericanos. Algunos han desistido del “sueño americano” y han pedido su repatriación. Otros han cruzado la frontera para ser detenidos por la “Border Patrol” y pedir asilo. Otro grupo sigue insistiendo en las garitas para buscar entrar legalmente.

El Barretal, como lo fue hace casi dos meses el “Benito Juárez”, son conocidos por los salvadoreños, guatemaltecos y hondureños como el campamento de la “Caravana Migrante” luce como “El Pueblito”; “El nuevo Pueblito”, o la “Pequeña Honduras”.

El nombre viene porque en la década de los ochentas y noventas la penitenciaria fue conocida como “El Pueblito”. Allí convivían los presos con sus esposas e hijos. Había tiendas de abarrotes, puestos de comida, el “panal”, como se le conocía una parte donde dormían cientos de reos hacinados.

Decenas de varones –jóvenes en su mayoría y delgados—recorren las instalaciones. Salen y entran. Afuera buscan al hondureño que vende los cigarros. Todos lucen una pulsera color naranja fluorescente. Esa les permite ir y venir.

“Cigarros, cigarros banda”, grita un joven que vende cajetillas de tabaco, imitando el acento de los vendedores de la Ciudad de México.

Temprano, los migrantes ya buscan alimento. Algunos tienen poco dinero y salen en busca de alimento a la tiendita de la esquina, o en las calles aledañas. La mayoría hacen largas filas.

de un año, y jala a sus dos hijas gemelas, si acaso de unos cuatro años. “Una mujer hondureña que no rebasa los 30 años, carga un menor

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